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La meseta del Pamir, un auténtico desierto polar, alto y seco, frío y ventoso, a más de 3.000 metros de altitud. Ese es el territorio de las míticas ovejas de Marco Polo. Un gigantesco bóvido que debe su nombre al primer explorador occidental que lo descubrió en 1.273. La espectacular cabeza de los grandes machos constituye un trofeo muy codiciado por los cazadores dispuestos a sufrir para conseguirlo.